Monday, July 14, 2008

Buenos Aires se ve tan suceptible

En Buenos Aires crece dentro de mí como una hogaza el amor que siempre le tuve a las panaderías. Me consuela saber que por lo menos crece algo en el tiempo de la bergamota y la china mandarina, cuando mis propias redondeces son frutos estériles. Lleno mis vacíos de galletitas azucaradas y pienso, como diría Mara, en la infinita ternura de los hornos. A veces me asaltan graves pensamientos de pan con mantequilla.

Hace un año que resolví dejar el eterno limbo de la preñez espiritual y parirme un camino que tuviese corazón. No me he desviado ni un sólo minuto del trecho, siempre hice que un pie fuera al frente del otro, contemplé los cielos, traté de sonreírle a los pájaros. Que me condujo hasta aquí, hasta este recinto de sangre y luto, no lo sé. Deshice todos los lazos. Regalé todo lo que amaba; las plantas, a Medianoche. He arrojado el doctorado por la ventana. Me sometí a un despojo clandestino que ha removido de mis entrañas el fermento de mi propia levadura.

Antes de irme, planté semillas con la vana ilusión de que algo me sobreviva. Sé que probablemente se las comerá el invierno. Como prueba de que todo aconteció, sólo han quedado unos cuantos libros de Caio que en estos momentos vuelan de vuelta a casa en una pequeña caja de cartón. De aquí a poco intentare alcanzarlos. Ya no quiero ser nómada.

Saturday, July 5, 2008

Finalmente el avión se estrelló en Porto Alegre. Salí ilesa.

Thursday, June 26, 2008

Veinte dedos

SE me deforman las falanges cuando me da esta piquiña que tengo como una inquietud. Cada marca colorada, cada pliegue y roncha, picadura o hinchazón entorpece los movimientos de mis nudillos. El frío los obliga y se quedan así, medios entortados.

Hay muchas razones, podría ser un síntoma esto de los dedos como garfios. Una caricia a mitad o la empuñadura de la pluma, la espada, o cualquier otro objeto punzante. Dicen los que saben que hay viruses altamente contagiosos que se recogen con las manos de las camas ajenas. Cosas que se propagan por la saliva y te hacen reventar todas las extremidades. Dice el mito que comezón en las palmas es señal de una gran fortuna que viene en camino.

Debo añadir, para constatar que voy a continuar pobre, el detalle de que no se trata sólo de las manos. Los pies también, mis delicados pies de princesa, están emponzoñados, con las escasas carnecitas tiernas y amoretonadas en protuberancias y pústulas que pican. Se ve mucho menos feo de lo que suena, pero duele más.

Ese es el fenómeno de los últimos días a pesar de que la mayoría de las personas se lo achacan a los nervios o al frío.

Sunday, June 22, 2008

Cero arrepentimientos

Esta semana de luminosos valses de Chopin me la he pasado hacienda cajas, trazando mapas y despidiéndome de este espacio claroscuro que habito hace un año. Considero volver, sus esquinas, la lluvia y los paraguas, y pienso si alguna vez tendré de nuevo un cuarto con un balcón como el de Julieta. Estoy tratando de quemar todos los inciensos antes de irme, aunque el cuarto y la azotea se me llenen de humo, se me entupan un poco los pensamientos, quizás. Y con esa bruma verde en mi cabeza, de marihuana y perfume, recordar mis últimos días aquí.

Y parece ser una conjunción sumamente atrevida que siempre va en aumento. Ella tiene por obligación que siempre acrecentarse. Y los viajes, por ejemplo siempre implica el quiebre y el comienzo, pero también la continuidad. Argentina puede ser un lindo lugar, si ella quiere. Yo estoy dispuesta. Y ¿Argentina que será....?

Es increíble cuán poco tengo que dejar en Porto Alegre, cuán poco que es una fortuna cosechada con muchísimos trabajos. Pero además de los muebles y las plantas, no tengo a nadie quien dejar. Vendrán personas y me darán un abrazo, sí; me desearán suerte, pero no siento la despedida.

Excepto por uno. Una despedida sí me dio pena. Y es que Tió siempre fue uno de mis personajes favoritos. Juntos somos capaces de beber tanta cerveza y de hablar horas en español. Pronto me re-encontraré con la lengua, la mía, no la de Tío que tristemente no veré más. Cuando lo vuelva a ver, le dije, de ahora en adelante vamos a ser lenguas separadas, aunque yo regrese aquí. Nos ha dado pena a los dos, con los ojos cerrados, palpando la piel.

Siempre lamentaré también no haber conocido Ipanema, no haberme quedado con Media Noche, no haberle quitado a Lucas, mientras pude, la cama. Si total, él no la usaba. Ahora, de regalo de despedida, como último guiño burlón, Porto Alegre me ha regalado una cama.

Tuesday, June 17, 2008

Noticias de la Medianoche


Medianoche, Meia- noite, Minuit, Midnight ha viajado de avión a una casa con patio, frente a la playa. O, seamos francos, no es exactamente frente a la playa, pero queda bien cerca. Nunca tendre oportunidad de comprarle un suetercito de invierno, aunque me parezcan ridículos.
La niña de la Lopo Goncalves, cubierta de aceite de carro, de sarna, y llena de lombrices hoy es la señorita novia de un viejo gordo, rico y manco llamado Dingo. Lo más que le gusta, me cuenta la hermanita de Matos, es morderle el rabo y bajar las escaleras corriendo, justo donde no la pueden alcanzar sus patitas cojas. Fue castrada, lo cual le garantiza permanencia y la libra de complicaciones viralatas. Tiene dos nanas que la ayudan a subirse al sofá porque, contrario a los vaticinios del veterinario, se quedó enanita.
Ella vive al sol y no conocerá nunca el invierno, allá en Paraíba.

Un amor en cada puerto


Sunday, June 15, 2008

De paso, siempre de paso

En la cocina había un tipo alto, negro, de espejuelos, con un casaco encima del pajama, las manos en los bolsillos, medias y chancletas. Revolvía con una cuchara la olla de mis habichuelas. Hago habichuelas porque no tengo gandules, que redonditos y verdes, se los coman las palomas de mis manos. Yo pensé quién eres tú y él murmulló alguna cosa, mirando hacia el suelo.

No es el primer extraño que se despierta en mi casa. Un día me encontré durmiendo en el sofá, una chica plateada, casi transparente con extraña cara de pez y expresión de que le faltaba aire. Tampoco me habla. Es casi muda y emite burbujas a su paso.

También hubo aquella época en que al atravesar el salón era encontrarse con un niñito rubio durmiendo en posición fetal. El niño se levantaba con morriña, arrastraba tras de sí el cobertor, y llegaba hasta donde mí para mirarme con grandes ojos malévolos. Sus primeras palabras fueron una mezcla de varias lenguas muertas.

Ahora que me voy, se me aparecen todas las mañanas fantasmas en mi casa. Son los mismos fantasmas que he visto antes, pero ahora no me hablan. Murmuran, susurran, se quejan, en el peor de los casos, chillan, pero no es conmigo la cosa.

Me espera un largo viaje de ómnibus, un largo viaje de avión, un largo viaje a pie, un larguísimo viaje astral. Para eso, sólo me hace falta poner al día el pasaporte, carimbarlo para que certifique que soy una capitalista privilegiada de vacaciones en el tercer mundo. Que no importa cuanto me esfuerce, cuanto trabaje aquí, cuanto estudie y la delicadeza de mis raíces enredadas, me expulsarán de regreso al primer mundo y me obligarán a ser una consumerista feroz. De nada vale negarlo.

Ante la perspectiva horrorizante de comprarme un carro, acabar en la escuela de derecho y aburguesarme para siempre, tiemblo. Por eso me voy con la mochila. Voy a dejar al puerto alegre y todas las cosas que nunca podré ser. (Las cosas que he estado jugando a que soy, pero que no me pertenecen.) Voy a asumir el camino del ascetismo, aunque eso suene demasiado dramático. Voy a abandonar lavadoras, laptops, teléfonos, mis varios sueldos miserables y la comodidad de tenerlo todo en su respectiva gaveta. No tengo la más mínima gana de seguir la ruta del desprendimiento, pero la Policía Federal tiene otros planes.

Al mismo tiempo, se abre una puerta, o mejor dicho un abismo de posibilidades. Me cansa la compañía muda de mis fantasmas que arrastran cadenas. La soledad me ha roído la voz, ¿o eso ha sido el humo del cigarro y de todo lo que no es cigarro? Las tristezas se han instalado en mis huesos. Mis ángeles están dormiditos hace meses y creo que ya es hora de abrir las ventanas y dejar que entre el puto frío, a ver si se despiertan de una vez.

Yo sólo espero que el camino me conduzca siempre de vuelta al hogar, un hogar que no queda en ninguna parte y es como esa isla del mito, siempre al horizonte, entre brumas.

Sunday, May 18, 2008

Detalle de la papaya que parece popola


Chocha o vulva, según se le vea.

Todo bajo control

Robarle tiempo al tiempo es sentarse a escribir. De repente quisiera que la semana tuviera un día más. 7 es el número de la suerte, pero 8 es el número de la perfección. Todo aquello, lo cotidiano, se ha vuelto insoportable. Te lo dice una persona que desde niña fue viciada en recibos de compra del supermercado y hoy no aguanta más pasearse entre las góndolas. Ya no se trata más de Venecia. Pero hay cosas mas graves que la aversión por las idas al supermercado. Una colosal, que me descontextualiza el poco contexto que me quedaba, es haberle cogido odio al ritual del baño.

El baño en todas mis vidas ha sido un verdadero momento lúdico de placer y desnudez. Mi madre y yo tomábamos largos baños de burbuja juntas, tan largos que a veces había que salir chorreando, dejando pisadas líquidas hasta la cocina, porque entre tanta agua “nos había dado sed”.

En el baño canto. Leo. Hablo por el teléfono. Me admiro. Espero a que se me arrugue cada dedito. Dejo todos los espejos empañados. Cuando viví en el pueblo de la nieve, crear mi propia cámara de vapor en el baño, era la única manera de calentarme los huesos. Ya no. Ahora se me hiela hasta el corazón. Salgo del baño tosiendo aquella tos hueca y con ganas de patear a alguien. Se acabó lo que se daba.

Más cosas me preocupan. Ya nunca consigo cocinar. Ni sentarme a comer. Yo pensaba que para mí eso era un imposible. Pero no lo es. El día que me esmero se trata de tortilla de papa. Y ese es sólo el día que me esmero. Engullo mi comida como una píldora, de pie. Es horrible.

Solamente consigo cerrar los ojos cuando me tapo con ese cobertor heredado de dibujos rosa fucsia sobre un fondo amarillo. Orquídeas, piñas, papayas que parecen popolas. Tanta imagen tropical me perturba el sueño y acaba haciéndome soñar que hay pelea de Tito Trinidad y que la vamos a ver en casa de mi tía.

Sunday, May 11, 2008

Venimos en paz, desde el paraíso


Cuando quitamos el contexto no queda nada. Queda una persona que lava ropa a mano. Que se baña con agua fría en medio del invierno. Que fuma todo lo que no debería fumar. Quien somos cuando restamos la familia, los amigos, la lengua, el sol y la playa. Es como aquella vieja pregunta de que ruido hace un árbol cuando cae a mil millas de toda región habitada, sin nadie que lo escuche. Hace un ruido que no interesa.

Cuando tiramos la piel, somos sólo hueso, un esqueleto igual a cien mil otros esqueletos. Somos polvo. Somos silencio.

No se crean que es tan terrible. No lo es. Hay cosas buenas que no sé muy bien cuales son, pero las siento como fantasmas amistosos a mi lado. Me susurran y me dicen: no te vayas todavía. Y los oídos se me llenan de sus respiraciones cortas.

Llovió durante semanas. Se me inundó el entendimiento con peces plateados, las sábanas de lágrimas. Exprimí el Guaíba de mis cabellos la noche que regrese de ómnibus desde Teresópolis. Llegue en casa y no había luz. Me senté a oscuras en el sofá, mojada y con frío. Simplemente no sabía que hacer. No sé que hacer desde ese día hasta el día de hoy.

Creo que me he vuelto más cruel. Que hablo en un idioma híbrido. Que soy una persona híbrida. Soy como un pensamiento que deambula cargado de energía, siempre buscando la tierra como un cable de alta tensión.

Este fin de semana se quebró uno de los eslabones de la cadena de funestos acontecimientos que me trajo hasta la orilla, atada del pescuezo. Hoy, domingo en la tarde, soy un poco más libre, a pesar de todos los electrodomésticos que han reventado con los cambios bruscos en el voltaje.

Como las he estado usando tanto, las manos, hoy, me pesan menos. He recortado de revistas y recuerdos las fotografías y el abecedario para hacer una obra de arte. Para quitarle la responsabilidad de pensar al cerebro. Y los he ido colando, unos a otros, unos encima de otros, evitando que se vean las fisuras. La idea central es la pregunta de dónde vienes? y su respuesta, del paraíso, que es de donde venimos todos.

Thursday, April 17, 2008

Comentario

yo te conosco
el conejo es la amnesia
ke antecede tus metáforas orgásmicas
yo te conosco
el conejo salta de la sonriza
al mordisco
y vanishing purúä
del mundo sin inviernos
ni playas ana o el ardor
de la sal


para mas información visite a los poetas de las tres fronteiras @ p3f.blogspot.com y busque a pou

Monday, April 14, 2008

Como un libro abierto

Estoy empezando a convencerme de que estos lados del mundo me sientan mejor cuando hace frío. No que me guste el invierno, porque nunca será así, pero es que tanto calor como el de la isla es una falta de respeto en este lugar sin playa, sin nubes, sin atardeceres tropicales. Redenção (hermoso el nombre que lo revive todo los domingos) se vuelve perfecto para los atajos, pero esta vez no por la sombra de los árboles que me protegen del bafo, sino porque ha empezado a oler a frío. Madera, silencio, hojas secas me quitan las ganas de ir por la vereda y prefiero perderme un poco entre los árboles. Olvidarme de la calle y de los carros 5 minutos, encontrarme con un gato soñoliento en el camino. Recibir sus caricias.

Excepto por raras excepciones, como sola, duermo sola, despierto sola y paso todo el día sola. Estas raras excepciones, que tienen todas nombre y apellido, me acompañan en el almuerzo, la cama y el café de la mañana. Cristina era el nombre de una niña dientuda y experta que me acompañó por el zoológico y me enseñó que pena quería también decir pluma y que es con eso que se escribe. Comimos algodón de dulce, señalamos los macacos, ella me habló de su madre adoptiva, de su hermana adoptiva, de su vida adoptiva y yo me sentí un poco huérfana. Después, para la despedida, insistió en abrazarme.

No veo muchos niños en Porto Alegre. Ni viejos, ni adolescentes, ni nada. No recibo muy a menudo reacciones espontáneas y desprovistas de contenido como ese abrazo. Al contrario, estoy bajo un microscopio psicoanalítico que no me deja ser y me obliga a comportarme bien comportadita. La intensidad siempre ha sido mi marca registrada, no las onzas, las libras, los kilos, los gramos, los metros, las millas ni cualquier otra medida de peso o distancia. Dije: ni pedir perdón, ni pedir permiso. Y ahora sin embargo, me contengo y practico la belleza y el misterio de un libro cerrado, que es como decir un escombro, ladrillo o lingote; algo que pesa.

Más de seis horas por día mi trabajo me da acceso directo a los lazos de familia, el historial amoroso, el estado de salud, la dieta, la agenda para el fin de semana, los proyectos de vida, las cuentas bancarias y el record psiquiátrica de todos mis estudiantes. No es conocerlos solamente, es psicoanalizarlos. Y sería muy difícil no hacerlo. Es demasiada información en una hora. Se reúnen dos personas en un cuartito pequeño, un buen café, traumas, esperanzas y sueños en inglés quebrado.

Paulo y su hijita japonesa. Marília empeñada en traducir cada palabra, Débora, la paz de sus días, sus vacaciones en Venezuela, Doña Ida y su soledad, Jorge que me dijo que reza todas las noches para que dios le conceda amor, salud y abundancia. Sé sus colores favoritos, qué sueñan por las noches, con quién viven, que desayunaron hoy, el nombre de su madre, sus planes para dentro de 10 años, lo que piensan del calentamiento global y la explotación de las minas de diamantes en África. De mí, nadie sabe nada. Tengo muchos secretos.

Saturday, March 22, 2008

Cordialmente invitado

Imagina una invitación que pone:

Estimado señor padre ­­_nombre y apellido_ sirva la presente para invitarlo al "Congreso bicentenial de creación e invención de pecados capitales." El mismo se llevará a cabo en la ciudad del Vaticano, Roma a finales del año 2008. Nuestro propósito es hacer debutar una nueva edición del manual Maneras de ir al infierno: métodos instantáneos al comienzo del 2009. Someta su propuesta con un de mínimo 10 pecados sugeridos a la dirección adjunta con por lo menos un mes de anticipación. Contamos con presencia en dicho importante evento.

No falte! La salvación del alma de la humanidad está en sus manos.

Atenciosamente,
La Iglesia Católica, Inc.

Pues si la puedes imaginar, debe ser porque existe.

Señales silentes

La piña está agria, la nube no tiene agua, las vacas están flacas y yo estoy esperando una señal que me diga que sí, no otra. Otras las recibo todo el tiempo. Mensajitos del cielo con una vocecita chillona. Como si aquellos papelitos amarillos auto colantes se pegaran a cada resquicio de mi vida para hacerme recordatorios incómodos. Por ejemplo, en la puerta del ómnibus uno dice no tienes tarjeta de ómnibus porque no tienes CPF. A ver si encuentras 2,10 reais. O los bancos, que siempre tienen uno en la puerta que pone usted no puede tener cuenta aquí. Hay uno navegando dentro de mi bolsa que dice no tienes dinero. Y cuando abro la nevera otro anuncia esto debería ser una sándwich medianoche con un quesito, pero son lentejas de ayer. Y claro, en la puerta de mi casa, cuando salgo o cuando regreso, el peor de todos. Lee estás sola.

Sentada en el balcón con las piernas cruzadas en bajo de la bombilla roja que los vecinos quieren que quite, espero una señal. La señal debe venir con una pequeña maletita negra de vinyl llena de papeles de colores, espejuelos, tijeritas, botones y bombones de menta. Ella va a pedir permiso para sentarse y, fumando tabaco en la mecedora, me va a comentar sobre el calor de las últimas tardes del verano.

La señal me ofrece cortésmente un bombón de menta de listas blancas y rojas envuelto en un papelito plateado de celofán que pone en el reverso todo lo que es bueno dura el tiempo necesario para ser inolvidable. Lo pone en otro idioma. Yo me como el bombón y me quedo pensando, con el papelito en la mano.

Cuando me pongo a pensar me imagino siete niñas llorando sentadas a la orilla de un río, todas de vestidos y cabellos largos. Creo que lloran algo que se ha llevado la corriente, que podría ser una cabra, un puñado de alfileres, o una octava niña menor. Y sufro, porque la escena que me imagino es muy cruel y está a punto de caer el sereno y de nacer la luna.

Ya es hora de retirarse, dice la señal. Apaga el cigarro en el cenicero, se levanta y se pone el sombrero. Baja las escaleras que dan a la calle y se va con su maletita negra en la mano. Yo antes de cerrar la puerta, me quedo un poco más allí, y dejo que mis pulmones se llenen de aire de crepúsculo y polvo, y aprieto en la mano el olor de la menta.

Friday, March 14, 2008

Como tú me quieres a mí, parirse no se puede conjugar

Tu voz, tu voz, tu voz
tu voz existe.
Tu voz, tu dulce voz,
tu voz persiste.
Anida en el jardín
de lo soñado.
Inútil es decir que te he olvidado.
-Francesca Ancarola


En las malas no se puede hablar con nadie. No se puede ni siquiera llamar, pagar la cuenta del teléfono. Por eso a veces las personas se quedan incomunicadas. Falta de dinero, lo básico. Y cuando alguien habla sobre amor de madre, se refiere a las llamadas a cobrar. Quien más si no tu madre está dispuesto a pagar por hablar contigo. Sumo en la piscina de la soledad con cabellos que me flotan como algas al nivel de las orejas. Todas las palabras que me llegan, me llegan a través del agua y tienen ese sonido del glu glu glu característico de una mala conexión, típico de las sentencias cortas del MSN.

Por eso, cuando suena el teléfono y contesto, y es la voz ahuecada y húmeda de mi ex marido comienzan a trepar las hiedras en todas direcciones y se multiplican los coquíes. (Para quien no lo sabe, un coquí es una rana del tamaño de un medio peso en la palma de la mano. Habita grandes hojas verdes, bañeras y piletas y es escurridizo y frío como un cubito de hielo. Lo más especial del coquí es que canta toda la noche como un pájaro desvelado y que es exclusivamente, como yo, una criatura de isla.) Cuando escucho su voz después de medio año muda, es como si me llamara la casa.

Escogí recoger, de entre los recuerdos que estaban en el armario de la memoria, nuestra primera noche juntos. Los dos nos bajamos de nuestros autos compactos frente a la entonces mi casa. En el medio de una calle desierta y oscura, cuando en realidad ya era el día de mañana y no la noche de anoche, le lamí la cara de un solo lenguetazo de arriba abajo. Creo que lo interpretó como una invitación. Subió las escaleras y nunca mas se fue. Es decir, nunca mas se fue, hasta el día que cada uno agarró su propio vapor, tranvía, o medio de transportación menos poético hacia su respectiva nada.

Yo, antes de él, existía a media luz. Yo, antes de él, tenía todavía partes de mi cuerpo que se podían considerar vírgenes. Entre ellas, el cerebro.

Me enamore como todas las niñas con complejo de Electra se enamoran, con una fecha de expiración predeterminada; la fecha de mi propio nacimiento. Y al nacer, una vez más, fui separada de mi padre. Así de extraños son los paralelismos perversos.

No reniego mi maternidad, mi acción paridora de ventoleras y brisitas tropicales. Ricardo y yo nos parimos. Quiero decir: Ricardo y yo nos parí. Pero hay verbos que no se pueden conjugar. Hay cosas que no se pueden explicar.

Desbarrada

No tener bar favorito es como no tener patria. Es pero que ser un nómada, con o sin cama. Allá en la isla yo tenía toda una serie de bares favoritos con velloneras como bibliotecas conocidas. 7E palo que nace doblao, 1C lluvia tus besos fríos como la lluvia o 10A mira si te cojo coqueteando, verás. Y ya no tengo ninguno de esos libros aquí. Ni dinero para comprar libros.

No tener bar favorito es no tener privacidad.

Cidade Baixa esta lleno de bares llenos. Nunca hay mesas vacías. Y esos tipos de negro frente a las puertas, ¿quién serán? Y esas tarjetitas que te dan, ¿seré yo la única que se intimida? No tener bar favorito es no tener donde sentarse, es peor que no tener heladería favorita un domingo.

Se me perdieron los bares en Porto Alegre. Los que encontré tienen puertas y ventanas, pavimentos homogéneos y baños poco creativos y notablemente carentes de ignominia en los murales. Y si vas una vez sola, y te sientas por ejemplo, a fumar, beber y escribir, desde la segunda vez es como si te conocieran y no como si tú los conocieras a ellos.

Y estos bares, que son otros, es como si fueran generacionales, estratificados por sexo, edad, raza y posición social. Les falta un borracho permanente como un espíritu chocarrero, les falta el hijo de alguien durmiéndose de sueño en una esquina, les faltan muchas cosas, como decir empanadillas debajo de una bombilla de 60 watts. También pueden ser pinchos o moscas. Definitivamente les faltan guirnaldas de navidad doce meses al año.
Tienen, sin embargo, bolígrafos y papelitos como este.
incómodo cuanto dieciocho cabecitas rojas/ estallidos en potencia con ese olor a pólvora, ese gusto a pensamiento/ y una punta cansada como la punta del lápiz/ grafito u otro material con cabeza/ lechugas que insisten en su mediodía/ paciencia de la ensalada y la siesta/ cualquier cosa que se encienda y pierda el tiempo/ como los desvaríos, como los fósforos

Friday, March 7, 2008

Me leo, y me desconozco con esa calma gostosa con la que me narro, como si navegara. Ahora no me leo por que veo solo grises y soy incapaz de ver el blanco o el negro. Las letras se me pierden, se me convierten en nubarrones y llueven. Y el cielo esta encacaranublado. Pienso si valdrá la pena; si habrá o no maderas, flores y palabritas dentro de poco.

A veces pienso que sí, que la cama tiene hasta dosel. Y entonces todas las estrellas son buenas y todos los números son siete. Veo unidades, pares, y decenas y centenas de cositas, de cualquier cosita, como semillas de girasol, por ejemplo. Veo el piano de Ricardo que siempre amé en secreto. (Quien siempre amé en secreto fue el piano.) Veo que se está casando una bruja un día de lluvia con sol. Escucho al amolador de tijeras.

Pero cuando pienso que no, me invaden las termitas que se comen poco a poco las gavetas y van cavando agujeros y túneles, las medias se me ahorcan en el cordel y las alcantarillas lloran lágrimas que huelen a mierda. Y el precio del ómnibus ha subido, más una vez.

Monday, March 3, 2008

Los excesos

La mano de puño cerrado que aprieta mi vientre bajo es un castigo por mis excesitos del mes pasado. Cuando nada pasaba nada, cuando las mañanas eran igual a las noches y las noches escasas, aconteció el primer excesito de una serie de bastantes.

No fue una sorpresa, a ese ya lo conocía yo, y lo reconocí con esa misma mezcla de agradecimiento y placer de la primera vez. Ese excesito da risadas y bebe cerveza siempre que nos vemos y, aunque a veces lo pesco mirándome de reojo el largo de la falda, es un excesito bastante inofensivo. O mejor digamos, que es un excesito bastante limitado; se limita a una vez cada seis meses. Después hablamos de todo, menos de eso, a veces casi no hablamos más, pero pretendemos que sí. Pensándolo bien, ese excesito es peligroso.

El segundo excesito, fue más bien un exceso. Exceso de belleza, exceso de velocidad. Fue una fiesta para mis sentidos, una coincidencia perfecta de los planetas alineados en complicidad con el eclipse. (Les juro que hubo un eclipse.) Adivino que tiene una hermosa cabeza con una escalera y, no sé cómo, me imagino siempre una biblioteca en el segundo piso. Pero la verdad, es que es un excesito desconocido, y yo sólo me he sentado en su balcón. Es un exceso profundo, sospecho.

El tercer excesito, fue un exceso excesivo. No lo necesitaba. Ni siquiera lo quería. Y para colmo fue planificado. Un exceso planificado. Y yo le pregunté, quieres dormir ahí o quieres dormir en mi cama, que es una pregunta que le copié a un amante. Y el exceso amaneció conmigo y yo lo saqué de mi cama y le hice café tan pronto amaneció. Más tarde lo despaché en un ómnibus. Ese exceso me escribió una carta hace poco.

Ahora sufro las funestas consecuencias. Siempre los excesos tienen gusto de resaca, rompen noches. A veces vienen acompañados de sangre. A veces, de páginas en blanco. Anuncian una herida, una hendidura en la tierra por donde nacer.

Sunday, February 10, 2008

La pausa

A veces existen los milagritos, los oasis en el desierto y llegas a un lugar y hay bebida, sombra y una hamaca. A veces llegas a la Urca del Tiburón y conoces a María, la chica de la casa en el árbol. A veces, escuchas el grave secreto del caracol marino, alguien te entrega una carta, como un pergamino dorado que tendrás que entregar más adelante del camino para identificarte.

Somos cuatro viajeros y en el baúl del carro hay una bandera y un kilo de papas[1]. Vamos camino de Diogo Lopes, el pueblo a la orilla del mar con sus casas sin ventanas y su televisor en la plaza. Diogo Lopes, donde todos se asoman a la ventana a vernos pasar. Somos como viajeros llegados de muy lejos, desde las lluviosas tierras del sur, venimos en paz.

Las puertas de la posada se abren, la mesa es servida, ese día no han traído fruta, pero hay café con leche. Y se detiene todo para recoger conchitas, piedras, patas de cangrejos y estrellas en el cuenco de mi sombrero. Me encuentro con un par de antenas enterradas en la arena y escucho historias de pescador. El silencio me roe los oídos con un ruido de mar tranquilo.

Diogo Lopes en compañía de Mila de espaldas morenas, de una cabra salitrada, de una enorme sensación de levedad.


[1] La bandera la hemos extendido en el comienzo de la BR 101. No es la mía.

Monday, January 28, 2008

La vida secreta de los objetos, II

- para Lupe
Que bueno es tener un lugar para cada cosa, que a las plantas les vaya bien, que Medianoche mude los dientes. Que bueno es pintarse las uñas. Así es cuando se aparecen tocando a tu puerta las cosas todos los días. Cuando las recibes y se sientan en la hamaca y les llegas a colar café. Puede ser delicioso.

He descubierto que en el espejo quebrado me veo con tres caras. Y una cara me ve como siempre, con las pecas en el mismo lugar. Y una cara se sorprende al verme los ojos más negros. Y la otra cara desvía la mirada.

Los sartenes de la cocina también me miran a la cara y yo imagino que de cada gaveta, sale un tenedor, una cafetera rosa, un salero y bailan la coreografía de un vals cada vez que yo me ausento. (Como lo vi en los muñequitos tantas veces.) Y cuando yo llego, todo el mundo toma su lugar volando y pone cara de serio. Y es ahí que yo les quemo el culo en el fuego y los hago atravesar tomates.

Y cuando viene una visita le muestro los progresos de la albahaca y también se sientan en la hamaca y también beben café, como los objetos. Es ahí que interviene la música y el vals se convierte en salsa, o en alguna otra cosa que me traiga saudades, que puede ser hasta bachata o Chava Flores, porque México no pudo ser.

Y todos tienen nombre, cada uno de ellos, y todos son un personaje. Y todos tienen sus historias, y la licuadora se me ha caído dos veces y perdió el brazo, pero todavía funciona. Y en el baño, lo que es una zapatera, alberga jabones como pastillas de colores y todo huele a limpio, a ventanas abiertas.

Son mis amigos, que hablan portugués y a veces me sorprenden y descubro que hablan español, y que tocan la guitarra y que hacen nudos de marinero.

Thursday, January 10, 2008

En lugar de la siesta

Las tardes de verano en Porto Alegre son mudas
con un gigantesco sol panzarriba
y abajo un desierto que a veces atraviesa el ala
(si es que miras por la ventana
cuando adormecido detienes el vuelo).

Aprovechas para atender el teléfono
y es una voz sofocada, quién llama.
Y nunca es suficiente un vaso de agua
y la cabeza se calienta de cabellos
y el vaho es un calor que arulla y canta.

Wednesday, January 9, 2008

Siempre como si fueran dos

A veces como si fueran cuatro, como los cuatro personajes de esta historia. Ana Sal, Mila, Stanis, Matos, como si no se hubieran conocido por una serie de eventualidades que los hicieron darse cita, desde los cuatro puntos cardinales, en aquel centro del universo, el sol. Por eso lo persiguieron desde que llegaron.

Uno a uno fueron posando las maletas. Primero voló Matos hasta el nido. Luego Stanis y Ana Sal trasladaron hasta allí su extraña kinestesia. Eso fue antes de que llegara Mila. Aquel primer día era como en aquella novela que calienta el corazón y el vientre bajo como un horno calienta una galletita. El principito. Le petit prince. Y ellos tres, en su planeta, movían la silla persiguiendo el sol.

La primera vez, se lo encontraron en el río, ahogándose, y como en aquel cuento de la chica que persigue el conejo, Alicia en el país de las maravillas, fumaron especies que los hacían encogerse ante el mundo. Como si la casa fuera demasiado grande, como si de repente todas las flores cantaran. Poco más tarde se lo encontraron de nuevo y era como si naciera allí en el punto más oriental de América, al otro lado de África. La última vez que lo vieron, se reflejaba pálido en la luna llena. Se los juro.

Obedecieron a las señales cósmicas y después de buscar a Mila, partieron, aprovechando la buena estrella. Como en los momentos precisos. Como si fuera siempre medianoche. Siempre como si fueran dos: éste y el otro.

Lo que yo ví

"Siempre como si fueran dos" es el primero de una serie titulada Lo que yo ví que corre peligro de nunca ser escrita. Cuenta, como yo las vi, algunas maravillas. Una vela olorosa a miel y pálidamente amarilla quema para que salga de su limbo amniótico.

Saturday, January 5, 2008

Paraíba se parece a Puerto Rico como la p que me persigue. Porto Alegre, Puerto Rico, prisión, paraíso, paréntesis.