Sunday, May 18, 2008

Detalle de la papaya que parece popola


Chocha o vulva, según se le vea.

Todo bajo control

Robarle tiempo al tiempo es sentarse a escribir. De repente quisiera que la semana tuviera un día más. 7 es el número de la suerte, pero 8 es el número de la perfección. Todo aquello, lo cotidiano, se ha vuelto insoportable. Te lo dice una persona que desde niña fue viciada en recibos de compra del supermercado y hoy no aguanta más pasearse entre las góndolas. Ya no se trata más de Venecia. Pero hay cosas mas graves que la aversión por las idas al supermercado. Una colosal, que me descontextualiza el poco contexto que me quedaba, es haberle cogido odio al ritual del baño.

El baño en todas mis vidas ha sido un verdadero momento lúdico de placer y desnudez. Mi madre y yo tomábamos largos baños de burbuja juntas, tan largos que a veces había que salir chorreando, dejando pisadas líquidas hasta la cocina, porque entre tanta agua “nos había dado sed”.

En el baño canto. Leo. Hablo por el teléfono. Me admiro. Espero a que se me arrugue cada dedito. Dejo todos los espejos empañados. Cuando viví en el pueblo de la nieve, crear mi propia cámara de vapor en el baño, era la única manera de calentarme los huesos. Ya no. Ahora se me hiela hasta el corazón. Salgo del baño tosiendo aquella tos hueca y con ganas de patear a alguien. Se acabó lo que se daba.

Más cosas me preocupan. Ya nunca consigo cocinar. Ni sentarme a comer. Yo pensaba que para mí eso era un imposible. Pero no lo es. El día que me esmero se trata de tortilla de papa. Y ese es sólo el día que me esmero. Engullo mi comida como una píldora, de pie. Es horrible.

Solamente consigo cerrar los ojos cuando me tapo con ese cobertor heredado de dibujos rosa fucsia sobre un fondo amarillo. Orquídeas, piñas, papayas que parecen popolas. Tanta imagen tropical me perturba el sueño y acaba haciéndome soñar que hay pelea de Tito Trinidad y que la vamos a ver en casa de mi tía.

Sunday, May 11, 2008

Venimos en paz, desde el paraíso


Cuando quitamos el contexto no queda nada. Queda una persona que lava ropa a mano. Que se baña con agua fría en medio del invierno. Que fuma todo lo que no debería fumar. Quien somos cuando restamos la familia, los amigos, la lengua, el sol y la playa. Es como aquella vieja pregunta de que ruido hace un árbol cuando cae a mil millas de toda región habitada, sin nadie que lo escuche. Hace un ruido que no interesa.

Cuando tiramos la piel, somos sólo hueso, un esqueleto igual a cien mil otros esqueletos. Somos polvo. Somos silencio.

No se crean que es tan terrible. No lo es. Hay cosas buenas que no sé muy bien cuales son, pero las siento como fantasmas amistosos a mi lado. Me susurran y me dicen: no te vayas todavía. Y los oídos se me llenan de sus respiraciones cortas.

Llovió durante semanas. Se me inundó el entendimiento con peces plateados, las sábanas de lágrimas. Exprimí el Guaíba de mis cabellos la noche que regrese de ómnibus desde Teresópolis. Llegue en casa y no había luz. Me senté a oscuras en el sofá, mojada y con frío. Simplemente no sabía que hacer. No sé que hacer desde ese día hasta el día de hoy.

Creo que me he vuelto más cruel. Que hablo en un idioma híbrido. Que soy una persona híbrida. Soy como un pensamiento que deambula cargado de energía, siempre buscando la tierra como un cable de alta tensión.

Este fin de semana se quebró uno de los eslabones de la cadena de funestos acontecimientos que me trajo hasta la orilla, atada del pescuezo. Hoy, domingo en la tarde, soy un poco más libre, a pesar de todos los electrodomésticos que han reventado con los cambios bruscos en el voltaje.

Como las he estado usando tanto, las manos, hoy, me pesan menos. He recortado de revistas y recuerdos las fotografías y el abecedario para hacer una obra de arte. Para quitarle la responsabilidad de pensar al cerebro. Y los he ido colando, unos a otros, unos encima de otros, evitando que se vean las fisuras. La idea central es la pregunta de dónde vienes? y su respuesta, del paraíso, que es de donde venimos todos.