Thursday, June 26, 2008

Veinte dedos

SE me deforman las falanges cuando me da esta piquiña que tengo como una inquietud. Cada marca colorada, cada pliegue y roncha, picadura o hinchazón entorpece los movimientos de mis nudillos. El frío los obliga y se quedan así, medios entortados.

Hay muchas razones, podría ser un síntoma esto de los dedos como garfios. Una caricia a mitad o la empuñadura de la pluma, la espada, o cualquier otro objeto punzante. Dicen los que saben que hay viruses altamente contagiosos que se recogen con las manos de las camas ajenas. Cosas que se propagan por la saliva y te hacen reventar todas las extremidades. Dice el mito que comezón en las palmas es señal de una gran fortuna que viene en camino.

Debo añadir, para constatar que voy a continuar pobre, el detalle de que no se trata sólo de las manos. Los pies también, mis delicados pies de princesa, están emponzoñados, con las escasas carnecitas tiernas y amoretonadas en protuberancias y pústulas que pican. Se ve mucho menos feo de lo que suena, pero duele más.

Ese es el fenómeno de los últimos días a pesar de que la mayoría de las personas se lo achacan a los nervios o al frío.

Sunday, June 22, 2008

Cero arrepentimientos

Esta semana de luminosos valses de Chopin me la he pasado hacienda cajas, trazando mapas y despidiéndome de este espacio claroscuro que habito hace un año. Considero volver, sus esquinas, la lluvia y los paraguas, y pienso si alguna vez tendré de nuevo un cuarto con un balcón como el de Julieta. Estoy tratando de quemar todos los inciensos antes de irme, aunque el cuarto y la azotea se me llenen de humo, se me entupan un poco los pensamientos, quizás. Y con esa bruma verde en mi cabeza, de marihuana y perfume, recordar mis últimos días aquí.

Y parece ser una conjunción sumamente atrevida que siempre va en aumento. Ella tiene por obligación que siempre acrecentarse. Y los viajes, por ejemplo siempre implica el quiebre y el comienzo, pero también la continuidad. Argentina puede ser un lindo lugar, si ella quiere. Yo estoy dispuesta. Y ¿Argentina que será....?

Es increíble cuán poco tengo que dejar en Porto Alegre, cuán poco que es una fortuna cosechada con muchísimos trabajos. Pero además de los muebles y las plantas, no tengo a nadie quien dejar. Vendrán personas y me darán un abrazo, sí; me desearán suerte, pero no siento la despedida.

Excepto por uno. Una despedida sí me dio pena. Y es que Tió siempre fue uno de mis personajes favoritos. Juntos somos capaces de beber tanta cerveza y de hablar horas en español. Pronto me re-encontraré con la lengua, la mía, no la de Tío que tristemente no veré más. Cuando lo vuelva a ver, le dije, de ahora en adelante vamos a ser lenguas separadas, aunque yo regrese aquí. Nos ha dado pena a los dos, con los ojos cerrados, palpando la piel.

Siempre lamentaré también no haber conocido Ipanema, no haberme quedado con Media Noche, no haberle quitado a Lucas, mientras pude, la cama. Si total, él no la usaba. Ahora, de regalo de despedida, como último guiño burlón, Porto Alegre me ha regalado una cama.

Tuesday, June 17, 2008

Noticias de la Medianoche


Medianoche, Meia- noite, Minuit, Midnight ha viajado de avión a una casa con patio, frente a la playa. O, seamos francos, no es exactamente frente a la playa, pero queda bien cerca. Nunca tendre oportunidad de comprarle un suetercito de invierno, aunque me parezcan ridículos.
La niña de la Lopo Goncalves, cubierta de aceite de carro, de sarna, y llena de lombrices hoy es la señorita novia de un viejo gordo, rico y manco llamado Dingo. Lo más que le gusta, me cuenta la hermanita de Matos, es morderle el rabo y bajar las escaleras corriendo, justo donde no la pueden alcanzar sus patitas cojas. Fue castrada, lo cual le garantiza permanencia y la libra de complicaciones viralatas. Tiene dos nanas que la ayudan a subirse al sofá porque, contrario a los vaticinios del veterinario, se quedó enanita.
Ella vive al sol y no conocerá nunca el invierno, allá en Paraíba.

Un amor en cada puerto


Sunday, June 15, 2008

De paso, siempre de paso

En la cocina había un tipo alto, negro, de espejuelos, con un casaco encima del pajama, las manos en los bolsillos, medias y chancletas. Revolvía con una cuchara la olla de mis habichuelas. Hago habichuelas porque no tengo gandules, que redonditos y verdes, se los coman las palomas de mis manos. Yo pensé quién eres tú y él murmulló alguna cosa, mirando hacia el suelo.

No es el primer extraño que se despierta en mi casa. Un día me encontré durmiendo en el sofá, una chica plateada, casi transparente con extraña cara de pez y expresión de que le faltaba aire. Tampoco me habla. Es casi muda y emite burbujas a su paso.

También hubo aquella época en que al atravesar el salón era encontrarse con un niñito rubio durmiendo en posición fetal. El niño se levantaba con morriña, arrastraba tras de sí el cobertor, y llegaba hasta donde mí para mirarme con grandes ojos malévolos. Sus primeras palabras fueron una mezcla de varias lenguas muertas.

Ahora que me voy, se me aparecen todas las mañanas fantasmas en mi casa. Son los mismos fantasmas que he visto antes, pero ahora no me hablan. Murmuran, susurran, se quejan, en el peor de los casos, chillan, pero no es conmigo la cosa.

Me espera un largo viaje de ómnibus, un largo viaje de avión, un largo viaje a pie, un larguísimo viaje astral. Para eso, sólo me hace falta poner al día el pasaporte, carimbarlo para que certifique que soy una capitalista privilegiada de vacaciones en el tercer mundo. Que no importa cuanto me esfuerce, cuanto trabaje aquí, cuanto estudie y la delicadeza de mis raíces enredadas, me expulsarán de regreso al primer mundo y me obligarán a ser una consumerista feroz. De nada vale negarlo.

Ante la perspectiva horrorizante de comprarme un carro, acabar en la escuela de derecho y aburguesarme para siempre, tiemblo. Por eso me voy con la mochila. Voy a dejar al puerto alegre y todas las cosas que nunca podré ser. (Las cosas que he estado jugando a que soy, pero que no me pertenecen.) Voy a asumir el camino del ascetismo, aunque eso suene demasiado dramático. Voy a abandonar lavadoras, laptops, teléfonos, mis varios sueldos miserables y la comodidad de tenerlo todo en su respectiva gaveta. No tengo la más mínima gana de seguir la ruta del desprendimiento, pero la Policía Federal tiene otros planes.

Al mismo tiempo, se abre una puerta, o mejor dicho un abismo de posibilidades. Me cansa la compañía muda de mis fantasmas que arrastran cadenas. La soledad me ha roído la voz, ¿o eso ha sido el humo del cigarro y de todo lo que no es cigarro? Las tristezas se han instalado en mis huesos. Mis ángeles están dormiditos hace meses y creo que ya es hora de abrir las ventanas y dejar que entre el puto frío, a ver si se despiertan de una vez.

Yo sólo espero que el camino me conduzca siempre de vuelta al hogar, un hogar que no queda en ninguna parte y es como esa isla del mito, siempre al horizonte, entre brumas.