Las tardes de verano en Porto Alegre son mudas
con un gigantesco sol panzarriba
y abajo un desierto que a veces atraviesa el ala
(si es que miras por la ventana
cuando adormecido detienes el vuelo).
Aprovechas para atender el teléfono
y es una voz sofocada, quién llama.
Y nunca es suficiente un vaso de agua
y la cabeza se calienta de cabellos
y el vaho es un calor que arulla y canta.
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