Wednesday, November 28, 2007

Tuesday, November 27, 2007

El lector

Alguien ya debe haberse imaginado a Ana Sal caminando por las calles de Porto Alegre. Alguien debe haberse imaginado esa extraña figura solitaria, calzada de tacos rojos con un perrito negro en la cartera. Añado más, ahora tiene un lápiz y le ha dado por dibujar y luego, en un acto de heroísmo estúpido arranca la página garabateada y se la regala al modelo anónimo. Pero inmediatamente después se arrepiente y se siente como una idiota. O, ha comenzado a dibujar puentes y árboles y a esos no se les puede regalar nada.

Ana Sal sólo hace lo que le gusta, sólo dice lo que le gusta, sólo escucha lo que le gusta. Ana Sal es editada y edita todo el tiempo y su vida es un pastiche de todo lo que nunca fue. Por ejemplo, Ana Sal nunca cuenta que esta harta de ciertas actitudes. De ciertas espiritualidades alternativas que la censuran. Nunca cuenta que lo nasalado le duele a veces en los oídos. Que no quiere que regalen a Medianoche bajo ninguna circunstancia, porque ella no se va para ninguna parte como se han ido, se están yendo y se irán Tió, Matos y Biel.

Ana Sal se preocupa seriamente as vezes de que ella es la única que se queda.

Monday, November 26, 2007

Sapeca es una palabra

Sapeca es una palabra que yo no sé lo que quiere decir, pero debe ser algo así como sabijonda, una palabra que a Luz le encanta. Eso es lo que es Medianoche, según la opinión bastante generalizada de los transeúntes de Cidade Baixa y los visitantes de Redenção, los fines de semana, cuando le entra el ataque de locura lúcida y trae medias, una flauta dulce o le roba los juguetes a otros perros. También me trae amigos que se encuentra a veces y como es una cadelinha bilingüe, me los trae hispanoparlantes, sin camisa y de dreads. Para tener cuatro patas tiene una puntería asombrosa. Esa contrallá es Medianoche ahora y la otra, la que toma siestas con la cabecita apoyada en mi teta.

Matos, Ieu, Sol, Luana, Chuc, Biel y hasta Tió hacen apariciones esporádicas de segunda a sesta y los finales de semana. Me ocupan los días y los rincones de este enorme apartamento vacío, donde no puedo dejar de encontrármelos como mecheros, changas, garrafas vacías de cerveza o libros. Todo está bien con unos cuantos reais a menos. Leo y a veces consigo escribir. Trabajo, como, duermo, riego las plantas.

Visitas vienen. Viene Ángela en la última mitad de Janeiro. Viene con un pote de adobo en la maleta, estoy segura. Y yo quiero que venga. Quiero que venga tanto. Quiero tanto ese pote de adobo. La quiero tanto a ella. Pero me intimida, lo confieso. Me intimida porque se que Ángela no podrá evitar recordarme que duermo en el piso, que el humo debilita mis pulmones, que olvido mi lengua y todas esas otras cosas que sólo Ángela percibe y que sólo a Ángela le importan. Ella ve a venir y me va a recordar todas las cosas que hecho de menos, que no se bien cuales son. A veces son como el mofongo, que podría recrear si supiera como se dice plátano en portugués y entonces lo podría encargar en el mercado público. Pero no sé. A veces son como el agua salada, como el universo azul donde vuelvo a ser partícula, gota, diminuta isla flotante. Y a veces, últimamente, es a Pedro a quien extraño, aunque ni yo misma se por qué.

El pañuelo blanco

Ahora que me he convertido en una de esas personas que se desmayan debería parar con todos esos vicios que bajan la presión como la parcha, mejor conocida como maracuyá y la maconha, mejor conocida como Sergio. Esa es la clave entre Matos, Ieu y yo. ¿Sergio está contigo? ¿Ya fuiste a buscar a Sergio? Y así posso falar desde cualquier um lugar. Por ejemplo, pedir prestado el teléfono del trabajo, aunque ya no lo necesito. Biel es tan y tan querido que habilitó una cuenta a su nombre para que yo no llorase más. Y yo ya no lloro más. Y, en fato, voy a llorar menos desde el sábado en adelante, porque también vienen a instalar la maravillosa cibered que me permite ser persona. Y ya no voy a llorar más nunca porque Matos me va a llevar a la playa de Jericoacoara y voy a despedir el año del cerdo vestida de blanco.

Tuesday, November 13, 2007

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Tuesday, November 6, 2007

Fecha de expiración

Yo sé que ya no me quieres. Ya no existen expectativas, supongo. Esta es la que hay. Es hora de devolverte las llaves. Es hora de prepararme, porque sé por experiencia que las saudades están a la vuelta de la esquina.

Hoy al regresar del trabajo por la Goethe decidí parar en tu casa. Esta vez, por primera vez, me avisé. Será que lo presentía. Lo presentía sí, pero no lo esperaba.

No tiene nada que ver pero hoy me acorde de Tió. Tió y yo un día en la playa. Tió de mi lado sin desviar la mirada de una de esas bundas tamaño king-size. Tió reclamando de mis curvas tímidas, recomendándome una dieta de arroz con porotos. Tió impresionado ante la Venus de Hottentot, ante esas dimensiones despampanantes dignas de un freak show. Realmente era para impresionarse.

En el camino de Adriana hasta Vicentina me abotoné la chaqueta hasta el cuello. (Nunca ha sido mi intención seducir) Ya estamos en noviembre y ha vuelto el frío. Una camioneta reduce la velocidad de mi lado. Alguien baja el vidrio. Adentro cuatro caras me gritan cosas en portugués. No respondo nada, pero me aseguro de sostenerles la mirada sin parpadear, sin sonreír, sin expresar sentimiento alguno. La escolta continúa a pasos de cortejo fúnebre hasta Pronto Socorro.

Al tomar la Venâcio Aires revientan las represas. Siento ese líquido caliente mojándome la cara y ese líquido imprevisto es como orina fugitiva chorreando entre mis piernas un día cualquier de Mar Caribe. Más caliente que el resto del agua, más secreto que el resto de la sal.

Yo quiero oír de tu boca

Yo quiero oír de tu boca, con tu sotaque gauchito, los cuentos de Caio Fernando y que me hagas gemir. Te observo inhalar mudo y concluyo: maconheiro + new age + macrobiótico + yoga + Redenção + Meianoite + afro + bici de 1950 = Xiro, el payaso. Me muero por dibujarte, por hacerte una foto, por perpetuar eternamente esa tu nariz chata, ese el caracol de tu oreja, esos tus dientes de fumador. Me impresiona la perfección sosegada de tu cuerpo desnudo, tus pupilas permanentemente dilatadas, tu silencio, que cuando se quiebra jadeando en mi oído, se esfuma en sin sentidos antes que consiga atraparlo. Léeme, por favor.

La cafetera rosa llego por correo dos días después de dormir con el payaso, aunque él no bebe café. Ella había cruzado el Atlántico de avión. Ella, cuando hay tanta gente que nunca ha volado. Con ella, venían de lado una minifalda apavorantemente corta y una hamaca con un gigantesco emblema patriota.

La hamaca que fue colgada en el balcón, era para exhalar con Luana y verla viajar como vuelan los pájaros. Luana, la de oscuras pupilas brillantes, rió hasta doblarse a la mitad con la historia de la cafetera y con la historia de Xiro, el payaso. A Luana la quiero ver con la minifalda puesta, yo. Yo, con la minifalda puesta, quiero ver a Luana un día para que nos tomemos un café colado en la cafetera rosa. .